Queríamos ir a Botswana, pero sabíamos que éste es uno de los destinos más exclusivos de toda África, nos habían contado maravillas sobre el delta del Okavango y sobre el Parque Nacional de Chobe, y no queríamos desaprovechar la oportunidad de acercarnos estando en el país vecino. Miramos varias posibilidades y, finalmente, decidimos que tomar un tour en grupo sería la opción más económica, así que eso hicimos.
Acampada libre en el Delta del Okavango
Existen cientos de agencias que operan por esta zona, la más barata que encontramos fue Nomad Tours, pero también es cierto que lo barato conlleva bastantes defectos en muchas ocasiones… no fue el mejor viaje por África en grupo que hayamos hecho, así que nosotros no lo recomendamos. Por supuesto, el presupuesto es lo que marcará vuestra decisión pero no nos digáis que no lo advertimos.
Botswana no fue lo que imaginábamos, de los ocho días que viajaríamos por el país, la mitad los pasaríamos de trayecto, y la otra mitad con unos horarios muy ajustados… así que lo que os recomendamos es que os animéis a alquilar un coche, por lo menos de ese modo iréis a vuestro aire. Las carreteras son excelentes, y con la ayuda de un GPS no tendréis pérdida. Otra recomendación es que no vengáis durante la temporada de lluvias, ya que es mucho más difícil ver animales y logísticamente es un problema, sobretodo si vais en tienda de campaña, así que de Diciembre a Marzo no vengáis por aquí!
Delta del Okavango
Se supone que es uno de los lugares más maravillosos del planeta, por lo que nos habían dicho otros viajeros teníamos la sensación de que nos encontraríamos cada día con decenas de estampas inolvidables de animales de todas las especies… seguramente esos viajeros escogieron otra época para viajar a este país, la época acertada, es decir época seca, Octubre parece ser uno de los mejores meses, así que anotadlo, no como nosotros.
Nosotros acampamos en una de las cientos de islas que se forman en época de lluvias, esto es una acampada libre, así que no hay nada, ni lavabos, ni duchas, ni bar, ni restaurante, nada de nada. Sin embargo, tiene su encanto. Accedimos en unas barcas llamadas mokoro, las usadas tradicionalmente en la zona, dos personas por barca y un barquero que nos lleva por los canales creados entre la alta hierba como si por los canales de Venecia se tratara, no escuchamos música clásica, sino a hipopótamos que no sabemos si están demasiado cerca o tan sólo cerca, no atravesamos puentes bajos decorados graciosamente sino hierbas tan altas que a veces crean puentes imaginarios, las vistas no son de iglesias del Renacimiento tocando las campanas, sino pequeñas flores de loto que flotan en sus nenúfares como si nos guiaran hasta nuestro destino.
Entre tanto, localizamos a los hipopótamos, y vemos cómo emergen de repente en el lugar más inesperado, es inevitable mirar de reojo a tu barquero e intentar descifrar si conoce los movimientos de estos peligrosos animales y sabe que uno de sus próximos puntos de salida no será justo donde flota nuestra barca. En esas ocasiones uno intentar hacer cálculos desesperados de estadística, “a ver, si hay catorce barcas… las posibilidades son… 1 de 14?” Pero seguimos nuestro camino, bordeando la piscina natural en la que plácidamente se están refrescando estos grandes animales de colmillos aún más grandes.Cuando todo el mundo está listo nos explican las normas de seguridad. “No os alejéis del campamento, y por supuesto no lo hagáis solos”, básicamente esta es la única regla, pero hay que cumplirla a rajatabla… estamos en territorio enemigo, es decir, esto está repleto de animales salvajes, y somos nosotros los invasores. Nos muestran dónde han cavado el lavabo temporal para estos dos días de campamento, nuestra puerta es la pala, si vamos a ir al lavabo y no vemos la pala, señal de que está ocupado. Los problemas los tendremos por la noche, cuando en una completa oscuridad sintamos la llamada de la naturaleza y debamos alejarnos del grupo y adentrarnos en el bosque con una simple linterna, ya lo afrontaremos cuando llegue.
Cuando al ocaso le quedan un par de horas para intervenir en el espectáculo diario, nos ponemos en marcha, una caminata para intentar ver algún animal, no nos vamos lejos, mañana cruzaremos a otra isla, pero hoy vamos a explorar un poco la que será nuestra casa esta noche y la siguiente. Tras un par de horas podemos afirmar que dormiremos tranquilos, parece ser que nuestra isla es hogar de cientos de zebras, y ya está, estos son los únicos animales que nos acecharán por la noche. Mejor así para nuestro sueño, no?
La caminata del siguiente día no augura nada bueno, si bien la lluvia nos ha respetado el trayecto en mokoro, cuando desembarcamos en la nueva isla, se desata la tormenta. Bajo la lluvia, esto nos recuerda a aquel trekking que hicimos en Myanmar por el Lago Inle, podemos sentir cómo se genera una lucha interna, la mente occidental nos dice que esto es muy incómodo, mientras que el cuerpo se relaja para sentir cada gota, para estar en comunión con la naturaleza. Sin embargo, a los animales tampoco les gusta la lluvia… se han ido todos a esconder, y aunque nuestro ritmo es bueno, el de ellos debe ser muy superior.
Nuestro guía nos ofrece una elección, dado que en esta isla parece que hay poca actividad, podemos cruzar a otra vecina, “Genial!” contestamos todos a la vez, “pero cruzaremos a pie, están muy cerca la una de la otra, y el agua sólo nos cubrirá hasta la rodilla, os animáis?”. Y ¿qué vas a hacer ante esta situación? Pues empezar a desabrocharte las botas y rezar para que lo que estás a punto de hacer no sea una completa locura. Y no lo es, un poco estresante sí, sobretodo cuando el agua no es azul sino negra y no tienes ni idea de dónde estás pisando, pero cuando estás en la otra isla por fin, te sientes tan aliviado como orgulloso, hasta el momento en que se te ocurre que, seguramente, el camino de vuelta a la anterior isla te haga repetir la jugada. Ya afrontaremos eso después.
La mañana ha resultado ser infructuosa en cuanto al avistamiento de animales, así que por la tarde volvemos a meternos en nuestros mekoro para realizar un “crucero” y ver el atardecer desde el mismo. Cierto es que el Okavango no ha resultado ser el arca de Noé que esperábamos, pero ha sido una experiencia bonita, puede que haya sido una de las rutas más salvajes que hemos recorrido hasta el momento, acampar en tierra salvaje, nadar en aguas indómitas, pisar con tus pies desnudos ríos fangosos y perseguir cual pastor un rebaño de zebras salvajes mientras te observan intentando identificar si eres una amenaza para su grupo, mientras en definitiva, te comparan con el rey de la selva, el león.
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Aventurera y curiosa incansable. Amo la escritura y siempre sueño con el próximo viaje. En mis posts te llevo a mis destinos favoritos para inspirarte y facilitarte tu viaje