Mandalay suena a pasado, también suena a lujo, aunque la culpa de eso la tiene Las Vegas y su hotel del mismo nombre. Pero Mandalay está en realidad hecha de madera de teka.
Mandalay está hecha de teka
Antes de que los que habéis estado allí os llevéis las manos a la cabeza, dejad que nos expliquemos. Mandalay es hogar de dos de los lugares más hermosos hechos de madera que el hombre haya construido. Uno de ellos es el Monasterio Shwenandaw, y el otro es el Puente U Bein de Amarapura, a poca distancia de Mandalay. Y como la ciudad en sí es fea, muy fea, y templos ya hemos hablado de unos cuantos, nos centraremos en este maravilloso material de construcción, la teka.
Nosotros y nuestra persistencia a patearnos la ciudad algún día acabará con nosotros. Hacednos caso, Mandalay no está hecha para pasear, a menos que quieras deshidratarte, desvanecerte o algo por el estilo. Aunque es muy fácil orientarse, tipo Nueva York, mejor alquila una moto, una bici, monta en una especie de tuk-tuk colectivo o alguna de las muchas opciones que existen, que por algo será que hay tantas opciones. Bien, pues damos el consejo por la experiencia que tuvimos, o sea pasear hasta el monasterio de teka, llamado Shwenandaw.
Monasterio Shwenandaw de teka
El camino bajo el sol de Mandalay, sin sombras apenas, con un tráfico de mil demonios, y con un par de cabezones como nosotros nos dejó bien exhaustos. Paramos en un templo para descansar, eso sí, sombrita, fresquito y un hombre muy amable que no dejaba de ofrecernos todo lo que tenía, lástima que no puedes aceptar el agua que te ofrece, no sabes de dónde viene, y con esas cosas mejor no experimentar. En ese momento descubrimos por qué en todos lados había hamacas, por qué no hay gente por la calle a esas horas y por qué el interior del templo estaba lleno de gente durmiendo. Cierto es que eso no lo aprendes si vas movilizado en algo que no sean tus propias piernas.
El día estaba siendo bien extraño, nos habían regalado un pay-pay por la calle, un par de blanquitos a punto del tono rojizo, con las caras desencajadas y con los brazos en jarra todo el rato debe dar pena, o debe ser divertido, para la gente corriente, y todo el mundo nos iba diciendo que no camináramos a esas horas, pero nosotros nos habíamos propuesto llegar al monasterio y eso haríamos.
Y llegamos, calma total, las 2 de la tarde, todo el mundo debe estar descansando… No, no todos. Un hombre de 70 años con su camisa abierta y sus pies callados fue a nuestra búsqueda al vernos medio perdidos. Ni una palabra de inglés, todo gestos, y fue una de las personas con las que mejor nos comunicamos en Myanmar. Él señalaba, nosotros obedecíamos, interpretábamos, le copiábamos…. Hasta que quiso que nos pusiéramos en posición de meditación, es decir con las piernas cruzadas de esa manera que sólo saben hacer ellos. Lo intentamos, no podemos, se parte de risa… y empieza a hacerme un masaje, uno de los dolorosos, en la pierna, luego en el pie, la cadera, la espalda y los brazos, una digna paliza que hizo que mi flexibilidad se potenciara durante unos días, y también los moretones que me dejó como señal de mi debilidad postural. El monasterio precioso, de madera de teka, antiguo, idílico, merece una visita; la odisea hasta llegar a él y la experiencia surrealista del masaje, eso va para el lado del cerebro de memoria permanente.
El Puente U Bein de Amarapura
Al día siguiente preferimos tomar un bus, los 20 Km. que hay hasta Amarapura no podemos caminarlos… A Amarapura venimos a ver el puente de teka más largo que se haya construido jamás. Y que aún está en pie, por supuesto. El puente es antiguo y todas las baldas son de madera, sus 1,2Km. se pueden hacer sin problemas, disfrutando del paisaje, viendo cómo fluye la vida, siendo adelantado por niños o monjes que recorren el puente en bici. Hay gente que sólo va a pasear, hay gente que lo cruza cada día para desplazarse y ya no le encuentra el interés, hay gente que va por las cartas del tarot que allí se tiran. Y nosotros fuimos porque es lo que hacen los turistas… triste, pero verdad. Los lugares mágicos y auténticos tienden a convertirse en bases para ganar dinero, lo comprendo, pero no me gusta. Aunque por lo menos, aún se mantiene la normalidad en el puente, los puestos de venta están a ambos lados, pero no en el puente.
Por lo tanto, el puente se convierte en un refugio, puedes pasar horas en él, o puedes cruzarlo e ir a la otra parte, menos masificada, y comer o tomar algo en un bar, lo que nosotros llamaríamos chiringuito, con vistas al puente. La gente va al atardecer, nosotros como no teníamos transporte propio preferimos irnos antes, la visita igual merece la pena.
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