A pesar de que Sitges es una localidad pequeña a la que solemos asociar a la época de carnavales o a sus playas, ofrece más de un lugar donde pasar un buen rato. Además de aprender algo del pasado cultural del pueblo, y es que fue precisamente en Sitges donde un buen grupo de artistas estableció su residencia, te contamos más… comenzamos con una visita al Palau Maricel de Sitges. Pero te recomendamos que antes leas este post completo sobre qué ver en Sitges.
VIsita al Palau Maricel de Sitges
Un multimillonario americano -a principios del siglo pasado- pasó por la pequeña localidad de Sitges y, haciendo gala de su chequera, compró el antiguo hospital Sant Joan Baptista, así como unas cuantas casas de pescadores alrededor de este.
Historia del Palau Maricel
Este mecenas, llamado Charles Deering, construyó en este espacio el Palau Maricel de Sitges, o Marycel, como hemos visto escrito en el mismo palacio. Una vez construido comenzó a comprar obras de arte por toda la península, aconsejado por Miquel Utrillo, célebre y conocido artista de Sitges.
Patio principal del Palau Maricel de Sitges
Nuestra visita se inicia en un patio en el que nos vemos abordados por azulejos azules, pequeños árboles rodeando una fuente y una escalinata que lleva al piso superior. El comienzo promete, mientras el guía nos explica la historia de Deering, nosotros nos embriagamos en la tranquilidad de este patio que tanto nos recuerda a los patios andaluces, donde las fuentes tienen tanto protagonismo como los azulejos, que tan acertadamente combinan su color con el nombre del palacio, ¿o no es el azul lo primero que os viene a la cabeza al pensar en el mar y el cielo?
Sala d'Or (Sala de Oro)
Subimos la escalinata y nos plantamos en una antesala en la que empieza a haber piezas de museo, sobre todo cerámica; el suelo es un mosaico en el que se repite continuamente el escudo del Palau Maricel. Pasado ese descansillo, nos asomamos al Saló d’Or, un lugar habilitado a día de hoy para eventos y reuniones -e incluso bodas- en el que nos dejamos llevar por la imaginación.
Nos trasladamos a un salón idóneo para bailes de alto copete con una impresionante chimenea y unas lámparas que fueron donadas por la iglesia, ya que según ellos, era demasiada opulencia para un lugar santo. A mano derecha, nos encontramos con una capilla que contiene un retablo del s. XVI y con la idea de que el nombre de la sala de la que hablábamos anteriormente está sacado de aquí… es oro lo que te viene a la cabeza cuando entras.
El rincón secreto del Palau Maricel de Sitges
Como todos los palacios, este también tiene su puerta secreta -situada en este salón-; se trata de un acceso que se encuentra a mano izquierda y que, en su momento, servía para que Deering pudiera abandonar la sala e irse a sus aposentos -al otro lado de la calle- en lo que hoy es el Museo de Maricel, del que os hablaremos próximamente.
Un pasadizo elevado con arcos a sus lados y que nos recordó al puente de los suspiros de Venecia, al menos en su forma. Lo siento, pero no puedo dejar de imaginarme a este rico americano lanzando una bomba de humo y desapareciendo de una fiesta ya para él aburrida.
Terraza del Palau Maricel de Sitges
Después de deleitarnos con el interior del palacio, toca el turno de pasar al plato fuerte. Empezamos por la terraza, un lugar diáfano con unos ventanales redondos por los que se puede ver directamente el mar. Si en algún momento tuviera que definir el Mediterráneo, esa es la imagen que me gustaría que el que me escucha visualizara. Colores azules y blancos, mar, sol, brisa y calma.
Es una estampa idílica que te viene a la mente, hables de Sitges, Italia o Grecia… No sé si es porque estábamos solos disfrutando del lugar, pero no me hubiera importado pasarme allí el resto del día. ¡Qué bien lo debía pasar aquí Deering en verano! y no quiero ni imaginar la vista de las estrellas por la noche, por aquel entonces sin casi contaminación.
Claustro del Palau Maricel de Sitges
Pasamos de la terraza al claustro, el rincón más conocido del Palau Maricel de Sitges, una delicia en todos los sentidos, y que solo por esta pequeña estancia ya vale la pena volver a visitarlo una y otra vez. No solo sorprende, de nuevo, la vista al infinito mar a través de los arcos del claustro, sino que también es curioso ver los azulejos y sus historias costumbristas, aun más cuando viene acompañado de su explicación por un experto, como era el caso de nuestro guía Erik.
Con esto acabamos nuestra visita bajando de nuevo al piso inicial y saliendo por una enorme puerta que nos recuerda lo impresionante que tuvo que ser este lugar en sus tiempos álgidos cuando estaba repleto de obras de arte que Deering decidió llevarse cuando abandonó Sitges, allá por los años 20 del siglo XX.
Agradecemos a la oficina de turismo de Sitges y a Museus de Sitges por hacernos una visita guiada a este lugar en un día que suele estar cerrado.
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